De caras lisas, suaves, por fuera. Por dentro definido, de estructura homogénea, constante.
De colores, transparente. Natural, sintético.
Valioso, caro, raro, único. Pequeño, gigante.
Cristalino, amorfo. Con clivaje, maclado.
Duro, frágil. Talco, diamante, extremos.
Refractor, brillo. Reflejo, centro, simetría.
Así es un CRISTAL.
Así soy YO. Te invito, deslumbrate…

viernes, agosto 29, 2008

RENACIMIENTO


Las piedras no huelen; salvo al mediodía, cuando el sol las atraviesa en vertical. Entonces despiden un aliento acre, de oxido milenario, de sílice coagulada en sus poros.
Es la hora que debo tapar cada centímetro de mi piel para que la radiación no la perfore como a las rocas desvalidas de la montaña.
Las cimas están ardiendo pero me quedo en el valle, cerca de la frescura del río. No hay un solo árbol en la inmensidad, ni siquiera un arbusto de hojas duras y pequeñas. Estoy desprotegida y no me detengo. La transparencia del agua me sirve de guía. Sigo la línea del cauce hacia la naciente, hacia la nieve siempre blanca oculta en la cabecera.
El rojo predomina en estos parajes: rojo ferroso impregnado en los granos de arenas pérmicas que alguna vez fueron playa de otro río.
La historia puede leerse en la sucesión de capas. Una sobre otra parecen hojas de un libro en idioma universal. Cada evento está registrado para siempre y sólo el tiempo será capaz de borrar lo que fue escrito por el tiempo.
La pendiente aumenta a cada paso. El río ha cortado la roca como un cuchillo y me cuesta continuar. Entonces trepo como un animal salvaje, me abro camino sobre los conglomerados y me raspo las manos y las rodillas.
Tengo sed. Debo bajar otra vez, alcanzar ese meandro que diviso a los lejos y llenar mi cantimplora.
Del hambre no quiero acordarme. La jornada llegó a la mitad. Me comeré la manzana cuando haya alcanzado la bifurcación, el punto de encuentro de ambos afluentes. Allí me sentaré a descansar, a poner en orden las piezas del rompecabezas. Voy a reconstruir el paisaje desde el origen. Después de todo es para lo que vine a este punto diminuto de la cordillera. Es aquí donde ocurrirá mi transformación.
SANDRA 29/8/2008

FOTO


La energía del agua es devastadora. La columna se eleva hasta el limite máximo y en un instante se curva hacia abajo formando un túnel casi infinito. La tabla nunca deja de vibrar, de trasmitir la urgencia del equilibrio exacto para atravesar de un extremo al otro sin perder el dominio de la gravedad. Los músculos sienten los impulsos subiendo hasta el cerebro mientras la luz se filtra entre las partículas de espuma.
El cilindro está formado y vivirá los segundos que él tarde en atravesarlo para colapsar y llegar a la orilla transformado en remanso. Él y la tabla son uno y enfrentan el desafío de adrenalina que les inunda los poros. Sin importar a que velocidad se mueva la escena ambos están en cámara lenta, disfrutando cada gesto sincronizado, cada mueca salpicada de salitre.
Al compás del rugido incesante se deslizan flotando, como deteniendo el derrumbe inevitable de la pared líquida que ya no logra soportar su propio peso. La travesía ha sido corta; la satisfacción inmensa. La tabla busca la arena comandada por las piernas mientras el resto del cuerpo alcanza la plenitud.
Y luego de una pausa marcada por las olas lo volverán a intentar, una y otra vez, hasta quedar exhaustos, hasta que el mar los expulse a la playa justo cuando el sol desaparezca en el horizonte.
SANDRA 14/8/2008

POSITIVO


Volvió de la cesión de terapia como todos los martes por la noche. Sólo que esa vez su mente trataba de descifrar señales ocultas en sus fibras más íntimas.
Transitó la peatonal con el paso firme de costumbre pero al pasar delante de la farmacia no puedo contener la ansiedad. Entró y compró el reactivo.
Llegó a casa con hambre y abrió la heladera para extraer algo que la saciara. Se puso la ropa de dormir
mientras buscaba que ver en televisión.
Llamó a su madre para darle las buenas noches y se entretuvo un rato escuchándola. Hubiera querido encontrar alguna otra excusa para dilatar más el tiempo. Sacó la caja rectangular de la cartera y se dirigió al baño. Leyó las instrucciones. Las siguió. Pensó en otra cosa mientras los minutos hacían su trabajo sobre la cinta de papel. Y mientras se lavaba los dientes casi convencida de que era imposible, dos líneas fucsia brillantes como luces fluorescentes le anunciaban lo que su cuerpo ya había empezado a presentir.
SANDRA 12/6/2008

VANO


Cuando se sentaba al piano no le hacían falta los anteojos. Sus dedos recorrían el teclado sin dudar. Nunca necesitó partituras porque no importaba la cantidad de veces que tocara una canción, no había dos que fueran iguales.
Ella apoyaba los vasos a medio llenar de licor de mandarina casero sobre la mesa ratona y se instalaba en el sillón grande para escucharlo. Canturreaba los tangos y boleros a medida que las manos de su amado los lanzaban al aire sólo para deleite de ambos, durante horas, como un ritual, cada domingo.
El piano era tan viejo como la casa y ocupaba la mitad del living. Era pesado. Tenía una pata trasera remendada con soga gruesa y los pisos de madera acompañaban cada melodía con crujidos secos.
Veinte años después de su muerte ella seguía sentándose al piano cada vez que lo limpiaba y trataba de sacarle algún sonido al instrumento dormido en la penumbra de su vida sin él. Pero sólo obtenía ecos de asfixia, de soledad, de música encerrada en un tonel.
Entonces la invadía la desesperación y volvía a buscar en el interior de cada libro de tapas raídas que él había dejado desparramados por la casa la carta que nunca pudo encontrar. Esa carta en la que él le dijera de su puño y letra, tan claro como el agua, que ella había sido el amor de su vida.
SANDRA 8/6/2008 DEDICADO A MIS PADRES