De caras lisas, suaves, por fuera. Por dentro definido, de estructura homogénea, constante.
De colores, transparente. Natural, sintético.
Valioso, caro, raro, único. Pequeño, gigante.
Cristalino, amorfo. Con clivaje, maclado.
Duro, frágil. Talco, diamante, extremos.
Refractor, brillo. Reflejo, centro, simetría.
Así es un CRISTAL.
Así soy YO. Te invito, deslumbrate…

miércoles, diciembre 17, 2008

ETÉREAMENTE




El vestido de gasa verde agua le llegaba hasta los pies. Los gajos apenas tocaban el suelo y se balanceaban sobre sus piernas, flotando en el aire. La espalda estaba desnuda, sólo cruzada por breteles finos como mechones. La cabellera rubia le caía salvaje, como cascada de luz que iluminó la sala cuando subió por la escalera. Sus pasos firmes atrajeron las miradas. Sobre sandalias de plataforma y taco alto parecía un gigante.
Los hombres hicieron cálculos durante los breves segundos que se devoró atravesando el salón. Pero nadie adivinó cuantos febreros se escondían debajo de esa piel bronceada. Ella no dudó, nunca lo hacía. Segura de ser blanco de todas las miradas caminó hacia los anfitriones y los saludo efusivamente.
Después, con lentitud, se dirigió a la barra y pidió su trago favorito: hielo, agua, limón y una frutilla. El barman le sonrió cuando le extendió el vaso largo.
La mano izquierda lo sostuvo mientras la derecha hundía los cubos transparentes con sus dedos menudos. El índice trataba en vano de atrapar la fruta roja que se resbalaba al contacto con la uña puntiaguda esmaltada en plata. El chal rodó sobre sus hombros y dejó al descubierto el hada de tinta negra que habitaba su omóplato derecho.
La noche estaba fresca. Salió a la terraza para acomodarse en un rincón estratégico. Apoyó un brazo sobre la baranda y se recostó de lado sin perder detalle de lo que ocurría a su alrededor. Se inclinó un poco y sus pechos asomaron por la tela delgada. El collar de nácar se balanceó en el vacío pero volvió a su seno cuando se incorporó para tomar un sorbo de bebida. Un panéo rápido le confirmó lo que su intuición había captado desde el principio.
Se puso en movimiento otra vez con la displicencia habitual y se detuvo en la mesa de sushi. Los rolls de palta y kanikama eran sus favoritos. Se sirvió tres. Los roció con salsa de soja. Comió con palitos de madera con la misma destreza que cualquiera de los orientales que participaban del evento. Mientras masticaba volvió a hacerse la pregunta de siempre. Entonces empezó el show musical y eso la distrajo por un rato. Alguien propuso un brindis y se aventuró a una copa de champagne; después de todo volvería a casa en taxi.
Su cuerpo emanaba sensaciones casi tan fragantes como su perfume. Aún así nadie se le acercó. En toda la noche, sólo miradas y sonrisas confluyeron sobre ella.
No quiso esperar los postres, se sabía débil por los dulces. Tampoco se despidió. Caminó hasta la escalera y antes de descender giró sobre sí misma para comprobar que todos estaban pendientes de sus actos.
Se dio vuelta, bajó y tal como había llegado se perdió en la noche. Y en su soledad.
SANDRA 6/12/2008