Las piedras no huelen; salvo al mediodía, cuando el sol las atraviesa en vertical. Entonces despiden un aliento acre, de oxido milenario, de sílice coagulada en sus poros.
Es la hora que debo tapar cada centímetro de mi piel para que la radiación no la perfore como a las rocas desvalidas de la montaña.
Las cimas están ardiendo pero me quedo en el valle, cerca de la frescura del río. No hay un solo árbol en la inmensidad, ni siquiera un arbusto de hojas duras y pequeñas. Estoy desprotegida y no me detengo. La transparencia del agua me sirve de guía. Sigo la línea del cauce hacia la naciente, hacia la nieve siempre blanca oculta en la cabecera.
El rojo predomina en estos parajes: rojo ferroso impregnado en los granos de arenas pérmicas que alguna vez fueron playa de otro río.
La historia puede leerse en la sucesión de capas. Una sobre otra parecen hojas de un libro en idioma universal. Cada evento está registrado para siempre y sólo el tiempo será capaz de borrar lo que fue escrito por el tiempo.
La pendiente aumenta a cada paso. El río ha cortado la roca como un cuchillo y me cuesta continuar. Entonces trepo como un animal salvaje, me abro camino sobre los conglomerados y me raspo las manos y las rodillas.
Tengo sed. Debo bajar otra vez, alcanzar ese meandro que diviso a los lejos y llenar mi cantimplora.
Del hambre no quiero acordarme. La jornada llegó a la mitad. Me comeré la manzana cuando haya alcanzado la bifurcación, el punto de encuentro de ambos afluentes. Allí me sentaré a descansar, a poner en orden las piezas del rompecabezas. Voy a reconstruir el paisaje desde el origen. Después de todo es para lo que vine a este punto diminuto de la cordillera. Es aquí donde ocurrirá mi transformación.
SANDRA 29/8/2008
Es la hora que debo tapar cada centímetro de mi piel para que la radiación no la perfore como a las rocas desvalidas de la montaña.
Las cimas están ardiendo pero me quedo en el valle, cerca de la frescura del río. No hay un solo árbol en la inmensidad, ni siquiera un arbusto de hojas duras y pequeñas. Estoy desprotegida y no me detengo. La transparencia del agua me sirve de guía. Sigo la línea del cauce hacia la naciente, hacia la nieve siempre blanca oculta en la cabecera.
El rojo predomina en estos parajes: rojo ferroso impregnado en los granos de arenas pérmicas que alguna vez fueron playa de otro río.
La historia puede leerse en la sucesión de capas. Una sobre otra parecen hojas de un libro en idioma universal. Cada evento está registrado para siempre y sólo el tiempo será capaz de borrar lo que fue escrito por el tiempo.
La pendiente aumenta a cada paso. El río ha cortado la roca como un cuchillo y me cuesta continuar. Entonces trepo como un animal salvaje, me abro camino sobre los conglomerados y me raspo las manos y las rodillas.
Tengo sed. Debo bajar otra vez, alcanzar ese meandro que diviso a los lejos y llenar mi cantimplora.
Del hambre no quiero acordarme. La jornada llegó a la mitad. Me comeré la manzana cuando haya alcanzado la bifurcación, el punto de encuentro de ambos afluentes. Allí me sentaré a descansar, a poner en orden las piezas del rompecabezas. Voy a reconstruir el paisaje desde el origen. Después de todo es para lo que vine a este punto diminuto de la cordillera. Es aquí donde ocurrirá mi transformación.
SANDRA 29/8/2008
2 comentarios:
Mi texto de cristal preferido!!!
Felicitaciones!!!
Este texto muestra tu evolución como escritora...
Uno de mis favoritos también!
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