De caras lisas, suaves, por fuera. Por dentro definido, de estructura homogénea, constante.
De colores, transparente. Natural, sintético.
Valioso, caro, raro, único. Pequeño, gigante.
Cristalino, amorfo. Con clivaje, maclado.
Duro, frágil. Talco, diamante, extremos.
Refractor, brillo. Reflejo, centro, simetría.
Así es un CRISTAL.
Así soy YO. Te invito, deslumbrate…

viernes, agosto 03, 2007

TORMENTA DE NIEVE

Ana ya no soporta los gritos del viento contra la lona. Los días transcurridos en el encierro diminuto la han aislado del mundo y se siente más solitaria que nunca. Levanta el cierre y miles de agujas heladas se clavan en su cara y congelan su gesto de dolor. Afuera el ruido es más fuerte, ensordecedor. Se sube la capucha para proteger los oídos pero siente golpes en las sienes y se marea un poco.
La tormenta se ha apoderado de la montaña y como un invasor que se sabe poderoso no planea aún la retirada. Ana quiere huir, lejos del blanco, hacia abajo. Abandona el refugio de su carpa, el único espacio seco y cálido en su mundo presente.
Sin calculo de tiempo y espacio penetra la nube espesa que la rodea. Sus piernas se mueven en cámara lenta y las botas de patrulla se hunden profundo a cada paso. Se aventura hacia la nada, hacia adelante. Su mente trata de evadirse yéndose a otra parte pero Ana la necesita para sobrevivir. Le parece estar en un sueño en el que nada es seguro: el día y la noche se han unido para convertirse en eternidad, el frío y el calor se sienten igual porque ya no siente nada, las formas parecen estar pero son los fantasmas de la tormenta que la engañan y la confunden para que siga moviéndose y así poder tragarla.
Ana piensa en su madre, en el calor de su abrazo y de sus reproches, cuando la criticaba por haber elegido una profesión de hombres. Pero para Ana sus foraminíferos lo son todo, su libido contenida y su contacto íntimo consigo misma. Ahora su única certeza es que será momificada por el hielo y ya no podrá avanzar en su carrera, seguirá siendo ayudante de cátedra por siempre.
Y entonces la locura es más fuerte que las ganas de seguir. Cae de rodillas. Sus anteojos, muy grandes para su cara, cuadrados, como dos ventanas que la preceden, saltan de su nariz. La nieve los devora en segundos. Se sabe perdida. Quiere gritar, tal vez lo hace.
Una fuerza extraña la sujeta de la cintura y la arrastra, casi en el aire. Ana siente que vuela, que las ráfagas blancas la elevan y la impulsan hacia afuera, hacia el reparo. Abre los ojos y ya no siente los azotes violentos sobre su cuerpo, distingue luz y sombras, escucha voces desconocidas. Ha dejado de temblar. Pregunta por sus anteojos pero le extienden una tasa de café caliente que Ana bebe sin pausa. El calor bajando por su garganta se transmite al resto del cuerpo. Sigue haciendo preguntas. Las voces dicen cosas que Ana no entiende. No puede escapar del sueño pero ya no escucha la tormenta.
Hay manos tironeando de su ropa mojada. Ana se saca la campera y las botas para estar más cómoda. Pero las manos siguen desvistiéndola y eso la perturba; la invaden y la comodidad desaparece. Ana llora, suplica, se desespera. Las manos están ahora sobre su piel. Son tibias, pesadas, torpes. Siente caricias en lugares que no conocía. Se tranquiliza pero no logra entender porque el dominio de esas manos la han devuelto a la vida. Torrentes de energía se transmiten a sus miembros y Ana tiembla nuevamente; se sacude cómo si estuviera siendo atravesada por electricidad. Piensa en su virtud, intacta hasta ese momento. Su cuerpo siempre ha sido débil, no así su voluntad. Pero descubre que es vulnerable, que perderá el control de lo que ocurra a partir de ese momento. No es así como lo había imaginado pero que importa. Ya no puede esperar. Una nueva tormenta la envuelve y siente calor, mucho calor. Otra vez esta soñando pero ya no está sola.
Al día siguiente sale el sol y el campamento vuelve a sus actividades. Alguien, distraído, pregunta por Ana.
Sandra 24/7/2007

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